19.1.11

Un cocktail con excesivo limón, de Javier Coma

Cobertes de la revista

(...)
El interés hispánico por la novela negra en el período que se podría fácilmente acotar mediante los datos previos halló con toda lógica caldo de cultivo en el furor antifranquista y en el acceso a la democracia: no sólo la mejor ficción del género revelaba contenidos antifascistas sino que además la misma había encontrado numerosas barreras, por ese mismo motivo, a lo largo de la dictadura, con lo cual ahora se producía, más allá del reconocimiento cultural, un auténtico descubrimiento intelectual, bendecido por cualquier tendencia de índole progresista. Sin embargo, la evidente atención a la novela negra toparía con notorias trabas respecto a una solvente divulgación de cuanto esa directriz literaria constituía, significaba y representaba.
Según una cierta comunión de ideas con los comentaristas argentinos antes citados, comencé a escribir sobre la materia de la cual se trata en 1978: al debutar el año el mensuario Historia y Vida incluyó un largo artículo de mi cosecha en torno a la misma, y en las postrimerías de igual período la revista El Viejo Topo albergó otro texto mío con análogas características. En marzo siguiente, y casi en paralelo al mencionado dossier de Camp de l'Arpa, una entrega más con mi firma ―esta vez acerca de Dashiell Hammett― ocupó una docena de páginas de Historia y Vida. Y, a punto de aparecer mi susodicho libro, coordiné un dossier con idéntico tema para El Viejo Topo, cuyo número (42) de marzo de 1980 le dedicó portada y amplia extensión.
Colaboraron en ese dossier algunos de los autores mencionados hasta el momento en el presente preámbulo, José Luis Guarner, Salvador Vázquez de Parga y yo nos repartimos las evaluaciones de algunos clásicos Cosecha roja, El cartero llama dos veces, El largo adiós, Disparen sobre el pianista, Pop 1280 (editada después como 1280 almas) y El hombre enterrado― así como los comentarios alrededor de probables "nuevos valores" en ese rumbo de la ficción. Ricardo Muñoz Suay trató de la novela negra en España y participó en una mesa redonda, fidedignamente transcrita, donde intervine junto con Juan Marsé, Juan Carlos Martini, Miguel Barroso y Román Gubern. Excepto Barroso, todos los citados en este párrafo aportamos votaciones individuales en torno a las diez obras maestras del género, secundados en la iniciativa por Osvaldo Soriano, Horacio Otheguy, Augusto Martínez Torres, Jaume Perich y Francesc Rodon. Con el dossier de El Viejo Topo quedó establecido de lagún modo un hipotético equipo de verdaderos especialistas y también un panel de las opiniones de los mismos. Curiosamente ninguna obra de Hammett fue la más votada en la miniencuesta: El largo adiós, de Chandler, y El cartero llama dos veces, de Cain, compartieron el primer puesto, seguidas por la todavía inédita Pop 1280, de Jim Thompson.
La rememoración de tal dossier y de sus autores resulta esencial para que se comprenda lo que sucedió, luego, con la revista mensual Gimlet, a la que se recuerda más bien míticamente y con frecuencia sin el necesario respeto a la realidad. Aunque, cuando levó anclas en marzo de 1981, fuese saludada como la primera publicación hispana con especialización en el género negro, Gimlet constituyó un producto tan mixto como el cocktail que le dio nombre. El motivo residió en la personalidad de los editores ―Frederic Pagés y Lluís Porcel― y del coordinador impuesto por ellos ―Miguel Vidal Santos―, ninguno de los cuales tenía ideas excesivamente precisas en torno de la novela negra ni quería prescindir en modo alguno de una paraliteratura con el enigma en el pedestal a la que rendían tributo ciegamente con vistas a captar tanto lectores como inserciones publicitarias.
Así que, mientras tal trío era el limón del cocktail, la ginebra provenía del comité de redacción, compuesto por, en orden alfabético, Javier Coma, José Luis Guarner, Ricardo Muñoz Suay, Jaume Perich y Salvador Vázquez de Parga. Se mezclaba por tanto a los dirigentes del dossier de Camp de l'Arpa, cuyo carácter poliédrico se ha especificado aquí, con los que habían confeccionado el contrapuesto, por su rigor cultural, dossier de El Viejo Topo. Faltaban dos gotas de ajenjo y media cucharada de azúcar, según receta de Manuel Vázquez Montalbán en el editorial del primer número de la nueva publicación; quedaron añadidas automáticamente porque quien las prescribía asumió el cargo de director del mensuario. De acuerdo con el barullo presumible y tras sesiones de preparación repletas de opiniones antagónicas, Gimlet surgió con la rúbrica ―en lugar destacado de cada portadarevista policiaca y de misterio, lo cual fue admitido por los partidarios de una temática preferentemente "negra" porque nos sentimos obligados al posibilismo y creímos, infundadamente, que, como comité de redacción, impondríamos nuestras convicciones sin excesivos problemas.
Conforme ocurre habitualmente a lo largo de circunstancias análogas, ni Vázquez Montalbán ejerció realmente de director ni el comité recibió posteriores convocatorias una vez aparecida la revista. En la última reunión sucedió algo cómico. El coordinador, alguien no muy docto ni en novela negra ni en novela policíaca y de misterio, anunció como gran novedad que llevaría a cabo personalmente y de inmediato un diccionario del crimen ―así titulado en la portada del número inicial de Gimlet― a insertar por entregas de ocho páginas en el centro de la publicación. Horrorizados, Vázquez de Parga y yo tuvimos los reflejos suficientes para inventar sobre la marcha que ambos, precisamente, estábamos preparando un trabajo idéntico y lo íbamos a proponer en aquel mismo momento. Por supuesto, los restantes miembros del comité, igualmente asustados ante la suicida osadía del coordinador, decidieron por unanimidad conceder su voto al tándem nacido de modo tan repentino y perentorio. De ahí que, a partir del segundo número, apareciera serializado el definitivamente denominado Diccionario de la novela criminal, en el que me adueñé de las voces referidas a la ficción de carácter negro y mi compañero en la firma conjunta se ocupó de todas las demás. Paralelamente uno y otro, por separado, efectuábamos críticas de los libros recién publicados.
Mientras diversos integrantes del comité de redacción dejaban pronto de colaborar (Guarner, Perich, Muñoz Suay), dicho grupo fundador se ampliaba con Néstor Luján y Xavier Domingo ―eucausados preferentemente al culto de asuntos incidentes en la gastronomía― y además con Juan Madrid y Jorge Martínez Reverte ―signos de una creciente atención a la novela negra española―. Se tenía escasa noticia del nominalmente corresponsal neoyorquino Eduardo Mendoza y, en cambio, sí cooperaba con asiduidad a la revista Oscar Caballero desde París. Cuidaba de la temática fílmica José María Latorre y demostraba su conocimiento del mundo del espionaje Domènec Pastor Petit. Brotaron pocos estudios de relieve: entre ellos, Papeles sobre Chester Himes de Muñoz Suay, La cuarta llamada del cartero: James M. Cain en Hollywood de Homero Alsina Thevenet y Ross Macdonald: la novela negra como psicoanálisis de Augusto Martínez Torres. Los autores de quienes se ofreció mayor número de relatos fueron Stanley Ellin (cuatro), Dashiell Hammett (tres), Patricia Highsmith, Donald Westlake y Fredric Brown (dos).
Pese al mínimo apego de la dirección de Gimlet a los textos de investigación alrededor de la novela negra, procuré contribuir con algunos a la revista, independientemente de mis colaboraciones habituales. Creo que merecen ser recordados aquí los siguientes: Dash debutante: de detective a narrador (nº 1), Un pequeño César en la jungla de celuloide (nº 4), Donald E. Westlake, un fénix de los ingenios en la novela negra (nº 11), Bibliografía española de Dashiell Hammett (nº 12) y Cuando los detectives privados no juegan - Del delincuente al policía: protagonismos varios en la novela negra norteamericana (nº 13). Eran unas dosis más de ginebra para que Gimlet no se redujese a una triste limonada. De cualquier manera el extravagante cocktail se evaporó, carente de suficientes bebedores, tras el número 14, correspondiente a marzo de 1982.
(...)

Javier Coma, "Treinta años y un día"

Cap comentari:

Publica un comentari a l'entrada